Y pasó lo que tenía que suceder, que nos echamos la finca a las espaldas y organizamos un ganchete al sábado siguiente, último día de la temporada de caza mayor.
En aquellos años mi afición por la caza se centraba casi exclusivamente en la menor, no solía asistir a monterías, tan solo una o dos por temporada o ninguna que era lo más normal, tampoco tenía rifle, ahora no puedo pasar sin el, por eso me compré dos, así que, con escopeta en mano ocupé mi sitio, no recuerdo si en el cinco o seis de la armada de la Cañada del Endrinar, de lo que si me acuerdo es que tenía de vecinos a Juan Eugenio Ortega y a Rafa Barrios, los dos a mi espalda, parece como si los estuviera viendo ahora mismo.
Por el puesto de Rafa entraron cuatro marranos, presencié el lance completo, tres tiros que no fueron sufucientes para quedarse con al menos uno, los mismos visitaron el puesto de Enrique Bueno, más tarde en la comida, el veterano cazador de menor pero novel de mayor, nos contaría que los cochinos pasaron a huevo y que no los tiró porque no se llegaban a detener, creía que había que dispararles parados, cuanto nos reimos.
Frente a mi puesto una pedriza pelada de vegetación, a la que no hacía ni caso, estando más atento a la cañada de mi izquierda, vestida de abundante monte, pués fue en este pedregal, donde a trescientos metros lo veo avanzar hacia mi, venía moviendo piedras, al trote cochinero, con unos sofocantes bufidos provocados por el cansancio y la rabia de haber sido molestado y levantado de su encame. El tumulto hizo ponerse en alerta a mis colindantes vecinos y a mi, subirme las pulsaciones hasta el límite. No se como pude aguantar tanto tiempo en apretar el gatillo, a escasos quince metros y de cara le lanzo un balazo que no logra impactarle, momento en el que da un tornillazo, se pone de costado y al segundo le atravieso el cuello quedando en el acto.
Así fue mi bautizo montero, me convertí por un día en el novio de la Baronesa, aunque nunca la recibí en matrimonio, siempre la llevaré conmigo.
Por el puesto de Rafa entraron cuatro marranos, presencié el lance completo, tres tiros que no fueron sufucientes para quedarse con al menos uno, los mismos visitaron el puesto de Enrique Bueno, más tarde en la comida, el veterano cazador de menor pero novel de mayor, nos contaría que los cochinos pasaron a huevo y que no los tiró porque no se llegaban a detener, creía que había que dispararles parados, cuanto nos reimos.
Frente a mi puesto una pedriza pelada de vegetación, a la que no hacía ni caso, estando más atento a la cañada de mi izquierda, vestida de abundante monte, pués fue en este pedregal, donde a trescientos metros lo veo avanzar hacia mi, venía moviendo piedras, al trote cochinero, con unos sofocantes bufidos provocados por el cansancio y la rabia de haber sido molestado y levantado de su encame. El tumulto hizo ponerse en alerta a mis colindantes vecinos y a mi, subirme las pulsaciones hasta el límite. No se como pude aguantar tanto tiempo en apretar el gatillo, a escasos quince metros y de cara le lanzo un balazo que no logra impactarle, momento en el que da un tornillazo, se pone de costado y al segundo le atravieso el cuello quedando en el acto.
Así fue mi bautizo montero, me convertí por un día en el novio de la Baronesa, aunque nunca la recibí en matrimonio, siempre la llevaré conmigo.
7 comentarios:
Veo que recuerdas bastante bien el dia. Eso es llegar y vesar el santo.
Hasta yo he oido el cochino bufar y correr por las piedras.
Un saludo.
Como no te andes listo veras como algun "asaura" dice que el lo habia pinchado antes.
Es cierto que en esa sierra los trotes de los cochinos suenan de una forma especial. Será por las piedras... pero parecen toros. No escuchas ningún "tamareo" ni "charabasqueo", es un rumor lejano que se acerca, y luego como un tambor hasta que lo ves aparecer...
¿Donde estaría yo ese día? De buena te libraste.
No debimos dejar esa finca.
JMOR
Cualquiera te reconoce en la primera foto... que pinta tenías!!
Que bonito es matar la primera res, no se olvida jamás, aunque, en realidad creo que no se olvida ninguna de las que matas, al menos a mi no se me olvidan.
Un abrazo Eduardo.
Rafa Matiaces Teclemayer.
Con este lance nos has llevado a algunos años atras. Enrique en el 4, yo en el 5, Rafa en el 6 y tú en el siete de la Cañada del Endrinar. Se escurrieron tres cochinos que venían del cortijo caido del Endrinar, pasaron por debajo de tu puesto, luego por el puesto de Rafa y por detras mía que no pude ver, le pasaron a Enrique a huevo y los tiraron en el 3 de la armada. Al volcar el cerro uno de los cochinos se dió la vuelta y fue el que te entró.Los que si es cierto que, aunque estabamos cerca, vi el cochino caer antes de oir los tiros, pero aunque el Loco diga lo contrario, el cochino lo matastes tú y yo tube el honor de hacer novio al tío más feliz del mundo, al montero Eduardo Barea, casi na.
Juan Diego ese dia no se olvida pero Juanu se acuerda mejor que yo.
Juanu te tenía que haber encargado que la entrada me la escribieras tu.
JMOR eso me dije yo ayer viendo la foto, estarías haciendo algo más importante para no estar allí, es verdad esa sierra tiene un eco especial.
Loco ese cochino no me lo quita nadie, yo por ese cochino maaaatooo.
Rafa ¿te ha gustado mi loock?, ¿será por las melenas?
Un abrazo.
Eduardo, estas cosas son las que hacen grande a la caza. Te felicito por la narración. También a quienes te acompañaron en un día tan señalado por ser partícipes de algo tan especial.
Saludos.
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