El eco de la voz de un
rehalero se desliza en el pasto y se funde entre jaras, piedras y chaparros,
entra serenamente por los oídos y ahí queda y no puede salir haciéndose nuestro
eternamente.
El mismo sonido hecho canto,
coro divino el de un valeroso perro que con su tesón levanta al cochino de su
encame y con su dicha lo conduce hacia la gloria del montero.
Ese guarro que rompe monte y
en su trayecto se revuelve, embiste, derriba y continúa su viaje, se pierde en
la maraña de la umbría agitando aún más el corazón del cazador de cañón
enfilado, de brazos convulsos por el tiempo que se diluye.
Y cada vez más cercana se
hace la estrépita serenata provocada por los podencos, paterneros y grifones cosidos
al trasero del macareno. Cruje la sierra ante tal desorden, la sacudida de la
hilera de matojos se aproxima en dirección al puesto, ya está aquí se asoma… esta
vez sonó la flauta en melodía de caracola, inconfesable emoción, idéntica a la que sentimos en la entrega de estos
premios, cuando el nombre de Pasión Montera se hizo se hizo eco en el panorama
montero nacional.
¡Viva la caza!