Rincón abierto a los amantes de la naturaleza, la caza y la literatura venatoria.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Desde El Majuelo a Cerrajeros


Poca distancia separa El Majuelo de Cerrajeros, la misma que recorrió esa noche cuando de madrugada se fue de allí, hora de nadie en la que débilmente se consumen los últimos rescoldos y el humo de la chimenea va perdiendo su vigor.

Cuando dormíamos nos visitó pero no se quiso despedir, quizás pensó que nos volveríamos a ver, quizás en ese camino que no es el mejor pero si el mas bello de cuantos transitan esta bendita sierra. Y quiso encamarse unas decenas de metros más allá de un privilegiado y dominante llano que levanta una vetusta construcción ocupando el lugar de un palacio imaginario, allí El Cabezo se impone ante tanta majestuosidad. 

En ese idílico lugar fue despertado cuando soñaba que libremente transitaba por las riberas del Jándula entre alisos, fresnos y adelfas y que a sus anchas deambulaba, solo, sosegado, sin prisas, en busca de bellotas en El Encinarejo, Los Escoriales, Cabeza Parda y hasta más allá del Poyuelo.

Ese dulce sueño fue el que no nos quiso transmitir cuando nos tragamos el corazón al verlo, con trote firme, largo y seguro, guardando hábilmente la distancia con los perros, calculando descaradamente el tiempo justo para anticiparse al peligro venidero.

Frente a nosotros, entre luces y sombras quiso confundir sus erizadas cerdas negras con la oscuridad de la umbría y a falta de unos metros para perderse, cuando ya se sentía vencedor de una contienda más, la pólvora se hizo sangre y la sangre tierra.

Y no hay mayor satisfacción montera que la de vivir la emoción de esos momentos en tan buena compañía, como testigo imparcial de tan fastuoso episodio, y a la vez hacer tuya, para siempre, la alegría del compañero.



jueves, 12 de septiembre de 2013

Y allí sigues...




Y llegas... y te acomodas en una piedra de superior tamaño de las que te rodean, esas que el guarda ha ido colocando con paciencia, ruda arquitectura que estoicamente no se inmuta con el paso del tiempo.

Y allí sigues... encerrado en el redil, dibujando lineas imaginarias, sendas ficticias que rematan en un mismo punto y que con una frecuencia desvergonzada clavas en el visor.

Y cae la tarde, y allí continúas... aguantando a la mosca de turno, con los riñones descosidos y las nalgas temblonas. No queda más remedio, el silencio te seduce, te cautiva, y allí permaneces...

Y llega el ocaso... y sigues esperando, el espacio se torna ocre y ese trozo de sierra, por unas horas se hace tuyo, porque te lo has ganado y legitimamente te corresponde.

Y cae la noche... y crees que es la hora, que ha llegado el momento. Un soplo de aire sacude la nuca, piensas que has sido delatado, lo confirmas cuando te regaña. Se enfada, bufa y sospecha pero no identifica lo extraño. El instinto vence al sustento, mas allí sigues...