... de cuyo nombre si quiero acordarme, a los pies de Peñascosa, un hidalgo de los de lanza en astillero y su escudero (quién escribe), ensillados en rocín flaco a cuatro ruedas, como galgo corredor, desde tierras Calatravas, presentan armas en busca de la conquista de la mancha "los molinos", en la insula del Arquillo.
En este feudo, dónde por orden y gracia o desgracia de sus gobernadores, solo se faculta una lanza por sitio, el hidalgo caballero, de pelada coronilla, amablemente cede su lanza al escudero, y le nombra caballero, manifestándole:
- Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le de fortuna en lides, empero cuando la sombra que ejerce el sol sobre este chaparro, avance dos palmos, deberás devolvermela y cuando recorra otros dos te la volveré a prestar y así sucesivamente hasta que venzamos al enemigo.
A lo cual su escudero responde.
- Habrá valido la pena, si recala por aquí algún gorrino, como de ordinario suele acontecer por estas haciendas, "y le derribo de un encuentro, o le parto por la mitad el cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo".
Transcurre la mañana, y el reloj solar regala los palmos más afortunados al escudero recién armado caballero, de un lanzazo abate un zorro. La batalla no está exenta de peligro, tras arrojar cuatro lanzazos, el temerario escudero remata a cuchillo a una cochina, agarrada solo por tres canes, esta se revuelve y le pega un topetazo en la rodilla, con una cuchillada mete y saca pero honda, fue cobrada casi una legua más adelante.
Los modernos y ruidosos molinos de viento, gigantes de brazos largos, generadores de energía causantes de un negativo impacto visual en la sierra, con sus molestos zumbidos omitían la cruzada que acontecía en otras armadas. A punto estuvo el caballero de pelada coronilla de hacerles la guerra.
Otra contienda fue la ocurrida en su puesto al maese Eloy y al maese Jacobo, tuvieron bastante trabajo, sudaron la gota gorda, pero su recompensa fue abatir doce cochinos. A otro guerrero de tierras tuccitanas, que no es tío pero si chacho, siete enemigos se le escaparon.
La refriega concluyó, con ciento veinte marranos abatidos, un monterión de locura. Ahora solo queda engrasar las botas, guardar el morral, esperar a que me devuelvan el trescientos y a que llegue pronto octubre.